Si alguien leyere que durante cinco meses un equipo de cuarenta personas fuera a trabajar sobre un área de cinco mil metros cuadrados en el centro urbano de una localidad cualquiera, podría llegar a pensar en algún nuevo y milagroso plan de inversión en infraestructuras o de estímulo al empleo en los tristes tiempos que corren.
Si además llegase a saber que esta operación, lejos de ser una novedad, alcanza en esta ocasión su decimoquinta edición, tal vez pensara que los habitantes de dicha localidad bien habrían elegido a su munícipe, persona cabal y previsora, ocupada en conceder y distribuir generosa y periódicamente los parabienes del trabajo.
No es este el caso. Se trata, una vez más, de una usurpación ilegítima del espacio público, en la que la opinión de la ciudadanía es irrelevante y de la que los posibles beneficios son, cuanto menos, dudosos, y su reparto prácticamente inexistente. La redistribución tiene lugar en el ámbito de los costes: indisponibilidad del espacio para la vida cotidiana de sus habitantes, molestias asociadas a los ruidos derivados de las tareas de instalación y desmontaje, y al sonido de los altavoces – que durante dos semanas en la plaza del pueblo emiten villancicos a un volumen que raya en la tortura-, problemas de tráfico, saturación de las calles e invisibilización de los escaparates de los comercios de las zonas afectadas.
Aún hay más: instalación de cámaras de seguridad – en esta edición serán ocho-, ausencia de rendición de cuentas (relación de costes y beneficios) y la negación del derecho de consulta sobre el uso de los espacios públicos a la ciudadanía.
Enlaces:
http://www.diariodelasierra.es/2011/12/15/inauguran-el-belen-en-san-lorenzo-de-el-escorial/
http://www.eltelegrafo.org/ (pág 20)
«Los efectos sociales y culturales del turismo en las ciudades históricas», Manuel Delgado.
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