«Por qué es importante seguir conmemorando el 14 de Abril»

Texto de la intervención de Antoni Domènech el 14 de abril de 2007, fuente Sin permiso.

Aunque fuéramos cuatro gatos –que ya vamos siendo unos cuantos más, como hoy, y aun con lluvia—, sería importante seguir celebrando el 14 de abril.

Es importante, por lo pronto, para mantener vivo un hilo de continuidad con la mejor experiencia política de autodeterminación de que han gozado los pueblos de España, que eso fue la II República. De autodeterminación hacia dentro, es decir, con posibilidad de reconfigurar libremente la convivencia política de sus pueblos en una nación de naciones. Y de autodeterminación hacia fuera: con rotunda negativa a convertir la República en juguete geopolítico de las ambiciones imperiales de otras potencias, y con la renuncia expresa por parte de la República a tener ella misma esas ambiciones malsanas, porque la II República rechazó en su Constitución el uso de las armas como instrumento de política internacional.

Seguir celebrando el 14 de abril es importante, enseguida, y obvio es decirlo, para mantener viva la oposición al proceso por el que, mediante terribles presiones de poderes fácticos nacionales e internacionales suficientemente conocidos, se restauró en nuestro país la monarquía borbónica, hurtando a los pueblos de España toda posibilidad de decisión al respecto.

Pero yo quisiera referirme ahora a otro motivo, acaso más modesto, al menos desde el punto de vista de la «política politizante», para seguir celebrando el 14 de abril, y especialmente aquí, en la Plaça Sant Jaume de Barcelona.

Porque en esta misma plaza y en sus aledaños, hace hoy 76 años, centenares de miles de personas manifestaron su júbilo por la caída de la odiada monarquía opresiva borbónica. Y como no hay verdadera alegría popular sin música, el caso es que, a falta de otra preparada, y de modo completamente espontáneo, nuestros padres y nuestros abuelos aquí autoconvocados cantaron no Els Segadors, ni elHimno de Riego, ni tampoco la Internacional, sino una Marsellesa inopinadamente convertida en improvisado símbolo de fraternidad e internacionalismo republicanos. O de homenaje, si se prefiere, a la Revolución y al pueblo que trajeron por vez primera, ya fuera efímeramente, la Democracia republicana a la Europa moderna.

Seguir celebrando el 14 de abril es, pues, también, aquí, en la Plaça Sant Jaume –que debería volver a llamarse, dicho sea de paso, Plaça de la República—, una manera de recordar el momento fundacional de la Democracia revolucionaria moderna, denostada y vilipendiada de consuno por los múltiples y variados enemigos que la Ilustración laicizante y la autodeterminación y la libertad de los pueblos y de las naciones del mundo han conocido en el XIX, en el XX y en el incipiente siglo XXI. Y es bueno recordar hoy, justamente aquí, que esos inveterados enemigos de la Revolución y de la I República revolucionaria francesa («terrorista») fueron precisamente los enemigos mortales de la II República española. Y que muchos de ellos, o por longevos o por resucitados, lo son hoy del porvenir de la Humanidad: monárquicos legitimistas, demofóbicos liberales doctrinarios, fascistas de porra o pluma, colonialistas pretendidamente civilizadores, nacionalistas con ambición imperialista descarnada, estalinistas fundamentalistas de la policía, neoliberales fundamentalistas del mercado, mediocres académicos con ínfulas elitistas, sedicentes conservadores que sólo quieren conservar de verdad –y a cualquier precio— el registro de la propiedad, o escritorzuelos a sueldo que saben las cosas a medias, tristes peritos en legitimación de la injusticia prevalente.

Por eso recordar la lucha por lo que Manuel Azaña llamara una República sana y vividera en España no es sólo una cuestión de justicia histórica; es también una manera de acompañar la lucha presente por un futuro sano y vividero para el mundo. Otro motivo para seguir conmemorando el 14 de abril de 1931.

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